jueves, 16 de abril de 2009

opinion

Juego de traidores Por Marcelo O´Connor


Este artículo fue publicado hace tiempo en "La Vanguardia". Como todo lo que escribe Marcelo O´Connor, brilla por su vigencia y por su profundidad analítica y artística.


Las modas políticas, a veces, imponen líneas de pensamiento que más que tales, funcionan como coartadas para actitudes éticamente reprochables. Expliquémonos: en el último decenio del milenio anterior la Unión Soviética hizo implosión y también, en efecto dominó, sus satélites. La euforia de sus adversarios proclamó el "fin de la Historia" y el "pensamiento único".
Al no haber más Historia, las ideologías caducaban. Al haber un solo camino posible, más que políticos con ideas, se necesitaban meros administradores eficientes. Un desconocido filósofo de segunda, Fukuyama, hegeliano de derecha, plasmó la tesis en un libro que muy pocos leyeron pero todos citan. Políticamente se expresó en Reagan y Thatcher y, entre nosotros y algo tardíamente como siempre, en Menem. La ilusión o utopía reaccionaria, duró poco. Es que, en realidad, lo único que se había caído era el comunismo, versión autoritaria y totalitaria del socialismo, que nunca pasó de un capitalismo de Estado. Pero en el planeta, los liberales, los conservadores, los socialistas, los ultraizquierdistas, los demócratas cristianos, los anarquistas, los populistas, los nacionalistas y los nazifacistas, seguían siendo lo que son y lo que siempre fueron, con sus particulares visiones del mundo.
Hoy, nadie serio puede sostener la vigencia de la tesis. La desmiente la realidad. Ahí está Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba, Nicaragua, la misma China, que únicamente un ciego puede considerarla capitalista. Ahí está Francia, España, Chile, Gran Bretaña, Italia, Alemania y toda Europa, donde aún la lucha es entre izquierda, que puede ser moderada, y derecha. Y otros híbridos, como nosotros o Brasil. En los propios Estados Unidos, no es lo mismo republicanos que demócratas.
Pero la ya superada moda sigue siendo atractiva para justificar deslealtades y giros a las antípodas. Para ocultar ambiciones personales, sin el engorro de tener ideas y sostenerlas. Para convertir a la política en un sistema de repartos. Se trata de juntar personas o fabricadas imágenes de personas, para hacerlas atractivas a un presuntamente ingenuo electorado y acceder, como sea y con quien sea, a posiciones de poder.
Es que forzosamente hay que desvalorizar ideas y hasta trayectorias de vida, para defender espurias alianzas y adhesiones que, sin ello, serían (y lo son), pactos contra natura e inmorales.
Pero dejemos la teoría y pasemos a la realidad. Un radical, de los llamados K como si fuera una marca de ganado, que arregla con un gobierno de su signo contrario, es un traidor. Nada de eufemismos. Traidor a una centenaria y honrosa tradición política. Al sumarse a un proyecto hegemónico, al unicato diría Alem, traiciona los ideales de democracia y libertad. O nunca fue un radical o es un vendido. No hay otra.
Un conservador o liberal que acuerda con un peronista, es porque uno o el otro nunca fueron tales.Un señor que, para conquistar electoralmente una posición política, pasa por sucesivas lealtades según vengan las circunstancias y es capaz de mantener un doble discurso para conformar posiciones contrapuestas, es no solamente un traidor, sino un demagogo y un tirano en potencia. Sus ocasionales aliados deberían percibir que, indefectiblemente, ellos también serán traicionados. Porque está en su naturaleza.
Es probable, y ojala que así sea, que estas aventuras sean castigadas por el voto, pero su mera existencia implica un peligro para la democracia.
Llegó la hora de la verdad. Se da un juego de traidores múltiples y, podrán ganar o perder, pero así hay que llamarlos. Así rezarán sus lápidas.◙

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